El déficit de vitamina D se ha convertido en un problema de salud pública a nivel mundial que afecta a todas las franjas de edad. En nuestro país, según la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, un 40% de las personas menores de 65 años presenta bajas concentraciones de esta vitamina en sangre, duplicándose la deficiencia en la franja de los mayores de 65 años que, se estima, supera el 80%.
Los riesgos de este tipo de hipovitaminosis son muchos, pudiendo desencadenar diversas alteraciones en nuestro organismo a nivel óseo, cardiovascular, respiratorio, inmunológico o del sistema nervioso, entre otros. Algunas de las consecuencias más conocidas de esta carencia son las relacionadas con el aparato esquelético, como la osteomalacia o la osteoporosis en adultos y adultos mayores, o el raquitismo en niños. No obstante, durante los últimos años también se ha puesto el foco en el papel que tiene en el sistema inmune, llegándose a vincular su déficit con un peor pronóstico en las infecciones provocadas por el SARS-CoV-2.
Aunque es importante no descuidar el aporte dietético, hay que tener en cuenta que una adecuada exposición solar tiene mucha más relevancia: obtenemos alrededor del 90% de esta vitamina por síntesis cutánea a partir de la radiación ultravioleta. Lo curioso es que, pese a que en España presumamos de ser uno de los países con más horas de sol de toda Europa, algunos estudios indican que presentamos valores similares -o incluso inferiores- a nuestros vecinos centroeuropeos y escandinavos. En este sentido, la posición geográfica de nuestro país no nos beneficia, pues influye en que recibamos menos radiación durante los meses de invierno y primavera.
El por qué la falta de vitamina D en la población se ha convertido en un problema endémico lo podemos encontrar en múltiples factores:
- Escasa exposición solar: nuestro estilo de vida actual nos lleva a permanecer mucho tiempo en espacios cerrados (oficinas, colegios, gimnasios, etc.) durante las horas de más luz solar. Además, otros factores como el uso de protectores solares (especialmente en verano) o vestirse con ropa que cubre casi todo el cuerpo, entorpecen su producción.
- Bajo aporte a partir de la dieta: un consumo reducido de fuentes ricas en este micronutriente, como pueden ser la leche y derivados lácteos enteros, pescado azul, yema de huevo, hígado o productos enriquecidos (cereales de desayuno, bebidas vegetales, yogures, etc.) también repercute negativamente en nuestros rangos.
- Factores fisiopatológicos: el sobrepeso y la obesidad, padecer un síndrome de malabsorción o presentar fallos a nivel renal o hepático son algunas de las principales causas atribuibles a la deficiencia de vitamina D. Además, intervienen otros factores fisiológicos, como tener la piel más oscura, el envejecimiento o la gestación.
¿Cuándo podemos hablar de déficit?
Para determinar los niveles de concentración en sangre de esta vitamina, lo más común es medir los niveles de 25OHD (calcidiol). Unos rangos entre 30 y 70 ng/ml se consideran adecuados, por debajo de 20 ng/ml hablaríamos de insuficiencia, y se diagnosticaría deficiencia con valores inferiores a 10 ng/ml. Sin embargo, no existe un consenso entre los diferentes organismos científicos a la hora de establecer unos índices comunes de normalidad y déficit, y estas estimaciones pueden variar según el laboratorio responsable del análisis.
En definitiva, ¿qué podemos hacer para conseguir los niveles necesarios de vitamina D?
Garantizar un correcto aporte a través de la alimentación y, sobre todo, exponernos al sol sin protección al menos durante 15 minutos de tres a cuatro veces por semana (procurando que la radiación nos alcance brazos, cara, cuello...) es fundamental para tratar de mantener unos niveles adecuados de vitamina D. No obstante, si ya existe un déficit diagnosticado, será el profesional sanitario que nos atienda el encargado de pautar la suplementación que considere en cada caso. No debemos olvidar que la vitamina D es una sustancia liposoluble que, tomada en exceso, puede resultar peligrosa, pues produce toxicidad. La suplementación sistemática e injustificada no nos ofrecerá beneficios extra si no la necesitamos, por lo que siempre ha de prevalecer el criterio médico.