El cáncer es una enfermedad que se caracteriza por el crecimiento descontrolado de células anormales que se diseminan en cualquier parte del cuerpo. Su elevada prevalencia y mortalidad la han convertido en una de las patologías más estudiadas e investigadas, y no es para menos: en 2020, según la Organización Mundial de la Salud, el cáncer fue la principal causa de muerte en el mundo.
Los motivos que desencadenan la aparición de esta enfermedad pueden ser múltiples y desconocidos, pero hay ciertos factores de riesgo característicos que es conveniente conocer. Dentro de estos, encontramos factores no modificables, como la predisposición genética, el sexo y la edad, y factores modificables, como el hábito tabáquico, el consumo de alcohol, la obesidad, el sedentarismo o una inadecuada alimentación, entre otros muchos.
Mantener unos buenos hábitos alimentarios es fundamental para cuidar la salud y prevenir enfermedades. Tanto es así que hay estudios que estiman que hasta el 50% de los cánceres podrían estar relacionados con la alimentación, situándose como uno de los factores de riesgo más importantes a tener en cuenta.
El papel de los alimentos frente al cáncer
Aunque no nos gusta hablar de alimentos "buenos" y "malos", lo cierto es que la ciencia sí aporta evidencias al respecto, vinculando el consumo de algunos de ellos a un menor o mayor riesgo de padecer cáncer. Además, otros aspectos como seguir una dieta alta en calorías y/o en grasas también se han asociado con un aumento de la incidencia de algunos tumores.
- Alimentos beneficiosos: una alimentación rica en frutas y verduras y, por ende, con alto contenido en fibra, ejerce un importante efecto protector contra el cáncer. Esta protección puede atribuirse a la presencia de sustancias antioxidantes y anticarcinogénicas, como vitaminas, selenio, carotenos, flavonoides y terpenos, además de otros fitoquímicos.
- Alimentos perjudiciales: un consumo elevado de carnes procesadas, grasas y azúcares refinados, así como de alimentos muy salados, se ha relacionado con un mayor riesgo de contraer diversos tipos de tumores.
El método de cocinado también es relevante en este punto. Las preparaciones fritas, tostadas, ahumadas, a la parrilla o a la barbacoa se consideran menos seguras debido a la formación de aminas heterocíclicas e hidrocarburos aromáticos policíclicos en los alimentos, compuestos químicos con carácter mutagénico que aparecen principalmente durante la cocción de la carne y el pescado a altas temperaturas.
La dieta mediterránea como factor protector
La abundante presencia de frutas y verduras de temporada en la dieta mediterránea, además de otros alimentos ricos en fibra, como cereales integrales, legumbres, frutos secos y semillas, hacen de este tipo de alimentación un importante factor protector frente al cáncer. La preferencia por las carnes blancas (pollo, pavo o conejo) en detrimento de las carnes rojas y procesadas también refuerza esta protección.
Además, cabe destacar que el uso de grasas saludables como el aceite de oliva, rico en antioxidantes, contribuye a su efecto preventivo, así como contar con fuentes de ácidos grasos omega 3 (pescados y nueces), los cuales se han asociado con una disminución de la incidencia de cáncer.
Una vez más, apostar por el patrón alimentario propio de los países de la cuenca del Mediterráneo es invertir en salud. Así lo avalan también numerosos estudios científicos realizados durante los últimos años, que resaltan el papel protector de la dieta mediterránea frente a algunos tumores y otras enfermedades crónicas.
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