Zumos detox, cápsulas de alcachofa, suplementos de colágeno hidrolizado... El ámbito de la nutrición, por desgracia, lidia constantemente con la aparición de infinidad de productos con escasa -o nula- evidencia científica que prometen resultados poco realistas. La mitificación de ciertos alimentos o compuestos a los que se les atribuyen propiedades milagrosas ocurre desde hace siglos. Hoy en día, aunque en formatos más sofisticados y rodeados de un marketing muy efectista, este tipo de productos siguen estando presentes, pudiéndose adquirir en lineales de supermercados, herbolarios e incluso farmacias.
Los alimentos funcionales, aunque lejos de poder ser considerados "productos milagro" como tal, también se caracterizan por suscitar gran controversia acerca de su eficacia. Si nos ceñimos a la definición más aceptada, los describimos como aquellos alimentos que, además de nutrir, contienen componentes con propiedades beneficiosas para la salud que pueden ejercer un papel preventivo o terapéutico. Dicho de otro modo: son alimentos que nutren y mejoran la salud. A pesar de que son muchos los profesionales sanitarios que cuestionan las alegaciones de salud que envuelven a este tipo de alimentos, la industria alimentaria es lo suficientemente hábil como para utilizar estos reclamos sin incumplir la legislación encargada de regular las declaraciones nutricionales y de propiedades saludables.
El concepto de alimento funcional surgió a mediados de la década de los 80 en Japón, fruto de la motivación del gobierno nipón por potenciar el desarrollo de productos alimenticios que contribuyeran a mejorar la salud y calidad de vida de la población. En Occidente empezaron a popularizarse hace 20 años, si bien el término "alimento funcional" (así como el de "superalimento") aún no se encuentra definido en la normativa europea ni española sobre seguridad alimentaria.
Tipos de alimentos funcionales
Un alimento funcional puede ser un alimento natural (no modificado) o un alimento al que, tras pasar por un proceso de transformación tecnológica, se le ha añadido, incrementado, eliminado o alterado alguno de sus componentes (ha sido procesado o modificado).
Dentro de estos últimos, distinguimos:
- Alimentos a los que se les elimina algún componente: productos aptos para celíacos (sin gluten), leche desnatada (sin grasa), etc.
- Alimentos a los que se les incrementa la concentración de algún elemento presente previamente en el alimento convencional: serían los alimentos enriquecidos, como las leches enriquecidas en calcio.
- Alimentos a los que se les ha añadido un componente que no tenían originalmente: aquí se sitúan los alimentos fortificados, como la sal yodada o los huevos suplementados con omega 3, y los alimentos a los que se les han adicionado probióticos y prebióticos.
- Alimentos en los que se sustituye un ingrediente con efectos perjudiciales o no deseados por otro que no posea dichos efectos: un ejemplo son las mermeladas light, en las que se reemplaza el azúcar por edulcorantes.
- Alimentos a los que se les altera la biodisponibilidad de algún compuesto: como los yogures con esteroles vegetales, que pueden ayudar a disminuir la absorción del colesterol.
Los alimentos funcionales modificados pueden resultar de interés en ciertos colectivos (embarazadas, tercera edad, personas con patologías que dificulten la absorción de nutrientes...), pero debemos tener claro que no existe ningún alimento funcional que sustituya a una alimentación sana y equilibrada o que sea necesario consumir si nuestra dieta ya es adecuada. No son alimentos milagrosos y no podemos pretender compensar unos malos hábitos alimenticios con su ingesta. En este sentido, cabe destacar que los alimentos naturales ya son funcionales per se, pues contienen de forma intrínseca todos los nutrientes que requiere nuestro organismo para mantenerse sano.
Encontramos fitoquímicos en frutas y verduras, ácidos grasos omega 3 en el pescado azul, y una buena cantidad de compuestos fenólicos en el aceite de oliva virgen extra. En realidad, la dieta mediterránea es un conjunto de alimentos funcionales en sí misma, al encuadrarse en un patrón dietético que ha demostrado ser saludable y eficaz en la prevención de enfermedades crónicas. Además, es mucho más económica y natural y cuenta con mayor evidencia científica acumulada respecto a sus beneficios en salud humana que cualquier producto que afirme "activar las defensas", "reducir el colesterol" o "fortalecer los huesos".